jueves, 17 de septiembre de 2009

Remezón político (Claudio Rossell Arce )

HIC ET NUNC

Semanas atrás, cuando se supo de la conformación de la dupla Manfred–Leopoldo, éste y otros diarios intentaron hacernos creer que la apuesta de estos candidatos significaba un “remezón” en la política nacional. Sin embargo, a juzgar por las repercusiones que tal binomio generó (un par de entusiastas editoriales y significativos silencios de articulistas y políticos en carrera electoral), la noticia no provocó más que un ligero espasmo, en muchos casos más propio del asco que de la sorpresa.

En realidad otro fue el verdadero remezón: el anuncio de la candidatura de Ana María Romero de Campero a la primera senaduría por La Paz del Movimiento Al Socialismo. La cantidad de comentarios de articulistas y opinadores en general fue infinitamente mayor a la producida por el binomio de “neocons” bolivianos. Y la virulencia de muchos de esos comentarios intentando atacar a la ex Defensora del Pueblo y Premio Nacional de Periodismo revela que en realidad ésta sí fue la sorpresa del año, para temor o preocupación de muchos.

Es que intentar desacreditar una vida entera de intachable desempeño profesional y aportes significativos a la vida nacional es igual que tratar de tapar el sol con un dedo. De ahí que la andanada de necedades y reproches escritos a la ahora candidata a senadora no haya causado más daño que el que produce un mosquito cuando se estrella contra la carrocería de un coche en movimiento.

¿Que revela su verdadera inclinación ideológica? Nunca fue un secreto, y su compromiso político no tiene por qué estar subordinado a la imagen de un candidato o partido; ella misma lo ha dicho —y lo ha demostrado—: tiene que ver con la esperanza de dejar a nuestros hijos un mejor país, sin discriminación ni exclusión, una Bolivia donde todas y todos nos sintamos cómodos. ¿Que echa por la borda un prestigio bien ganado como defensora de los derechos humanos? Todo lo contrario, confirma que sus convicciones están más allá, mucho más allá de la mezquina política de los dimes y diretes, de la violencia gratuita, del odio insano de unos pocos que sólo posterga las ilusiones de la mayoría.

Para muchas y muchos era muy conveniente tener a Ana María Romero en un pedestal, lejos de la brega cotidiana, y por tanto inofensiva para los intereses mezquinos que se ceban en la desinformación y el odio fácil.

Ha sido, pues, un remezón para los sectores conservadores que han sentido en la decisión de Romero una traición de clase (como señaló un columnista días atrás). También para los que creyeron que los derechos humanos (y su defensa) son apenas un bonito lirismo útil para cuestionar al gobierno de turno y no el instrumento más idóneo para construir un mundo mejor. Un remezón para quienes ven caerse con esta invitación —y la consiguiente aceptación— sus falaces argumentos de que el partido en función de Gobierno es la quintaesencia de la intolerancia y el odio racializado y de clase, del machismo y la misoginia.

Ana María, ella sola, su imagen, es un remezón para las conciencias amodorradas en el statu quo de una sociedad agotada en sus miserias.

¿Que no la tendrá fácil en la Asamblea Legislativa Plurinacional? Eso está claro, como también está claro que quienes más daño intentarán hacerle en su labor parlamentaria no serán sus compañeros y compañeras de fórmula, sino las y los que desde la orilla opuesta —y como ya lo están demostrando con sus desaprensivos comentarios— no podrán tolerar la vida a la sombra de esta mujer gigante.
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El autor es comunicador
Fuente: La Prensa
hicetnunc1@gmail.com

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