martes, 4 de agosto de 2009

El padrón biométrico y la ciudadanía

Lo único que puede contrarrestar los factores que confabulan contra el empadronamiento, es la participación activa de la ciudadanía

En medio de una enorme expectativa ciudadana, temores sobre la posibilidad de que en el camino se presenten más dificultades que las que sería de desear, y de una notable falta de compromiso de los principales protagonistas de la actividad política nacional, el pasado sábado se ha iniciado en todo el país el empadronamiento biométrico.
La expectativa se explica por las muchas esperanzas que se han depositado en que este nuevo sistema devuelva a los procesos electorales que se realicen de ahora en adelante la transparencia imprescindible para que las disputas políticas se resuelvan a través de las urnas sin que la voluntad de la ciudadanía sea distorsionada por prácticas fraudulentas. Hay plena consciencia de que del éxito con que se construya el nuevo padrón depende en gran medida la salud de la democracia, razón más que suficiente para que la marcha del proceso sea seguida con máximo interés.
El temor, por su parte, está motivado en las múltiples adversidades que el Órgano Electoral tendrá que vencer para llevar a buen término la tarea que se le ha encomendado. El poco tiempo disponible, que evidentemente es mucho más escaso del que haría falta, es uno de los principales obstáculos. Un sinfín de dificultades técnicas, algunas de las cuales ya se manifestaron durante los primeros días, hacen también temer por el éxito del nuevo sistema.
La tercera característica de proceso que se ha iniciado, finalmente, es tal vez la más importante. Es que por diferentes motivos, ni el oficialismo ni las diversas fracciones en que está dividida la oposición han dado hasta ahora suficientes muestras de compromiso con el empadronamiento biométrico.
Los motivos del oficialismo para esa manera de actuar son bien conocidos. Es que, más allá de las declaraciones de buenas intenciones, sobre cuya sinceridad hay buenos motivos para dudar, en los hechos todo parece indicar que lo que se desea en filas gubernamentales es que el empadronamiento biométrico fracase.
Los motivos del desinterés de la oposición son muy diferentes, pero no menos criticables. Atomizada como está, sin organización ni liderazgo, no está en condiciones de asumir la obligación que tiene de acompañar y supervisar la labor del Órgano Electoral. El hecho de que ni una sola de las organizaciones políticas legalmente habilitadas para participar en el proceso haya nombrado delegados oficiales, lo dice todo.
Hay también motivos para sospechar que algunos de los aspirantes a candidatos desean, en su fuero interno, que el empadronamiento no concluya en el tiempo previsto.
Felizmente, todos los factores mencionados pueden ser contrarrestados y superados por la voluntad de la ciudadanía. En la medida en que la gente acuda a inscribirse oportuna y ordenadamente, disminuirán los riesgos que se ciernen sobre el naciente padrón biométrico.

domingo, 2 de agosto de 2009

La aritmética y la política


Así como hay sumas que restan, lo más probable es que cierta manera de multiplicar aliados dé como resultado una división de voluntades

Entre 1978 y 1980, cuando durante tres procesos electorales consecutivos las decenas de partidos políticos en que estaba dividida izquierda boliviana trataban de conquistar el poder a través de las urnas, hubo un tema al que se le dio máxima prioridad: la necesidad de unir fuerzas en un “frente único” para asegurar el triunfo y evitar la dispersión. Fue así como nació la Unidad Democrática Popular.
Hubo una sola voz que cuestionó firmemente la idea. Era Marcelo Quiroga Santa Cruz, candidato y jefe del PS-1, para quien la cantidad no era lo más importante sino la calidad. “La política no es como la aritmética –decía— pues hay sumas que restan”. La UDP, en cambio, priorizó la unidad y formó así un frente cuya heterogeneidad le dio buenos réditos electorales pero pésimos resultados políticos. Logró sumar siglas y votos, --éxito cuantitativo-- pero a costa de perder coherencia en sus actos –fracaso cualitativo--.
Resulta oportuno recordar esas lecciones históricas ahora, pues es muy similar la situación de las diversas corrientes en que está dividida la oposición. Hay quienes priorizan la inmediatista lógica aritmética y quienes viendo más allá del día de las elecciones se preocupan por el largo plazo, el que requiere una visión estratégica y no sólo coyuntural.
El pasado inmediato aporta también lecciones que deben ser tomadas en cuenta. La calamitosa experiencia de lo que fue Podemos, por ejemplo, ilustra muy bien el dilema.
Ahora, cuando la oposición afronta el desafío de articular un proyecto alternativo al que ofrece el MAS, se vuelve a plantear la disyuntiva entre la lógica aritmética y la política. Hay unos que pretenden sumar en una misma fórmula a individuos provenientes de las más diversas corrientes ideológicas, en desmedro de un mínimo de coherencia, y otros que, aún a riesgo de sacrificar una unidad tan artificial como artificiosa, proponen priorizar la construcción de una sólida plataforma que no se agote en el próximo acto electoral.
Aparentemente, el primer camino ofrece una ventaja cuantitativa plasmada en una suma de votos. Según esa lógica, al poner en un mismo “costal de gatos” a ex masistas y ex garcíamecistas, por ejemplo, se logrará que se agreguen en las urnas los votos de unos y otros. Pero así como hay sumas que restan, lo más probable es que esa manera de multiplicar aliados dé como resultado una división de voluntades y que a la larga no se obtenga ni cantidad ni calidad. Lo que fue Podemos es un buen ejemplo de lo que eso significa.
Una reconciliación con la racionalidad política, lo que implica distanciarse de la aritmética cuya máxima expresión es el “marketing” electoral, es pues uno de los desafíos que tienen los que aspiran a ser, más que candidatos --que sobran-- líderes del futuro, que es lo que falta.