domingo, 13 de septiembre de 2009

Las motivaciones del voto (VeDOBLE)

CON ESCALPELO

Poco importa quiénes ganen en las urnas, porque igual perderá el país, pues ni los candidatos ni los electores saben cómo se decide el voto. Tampoco los investigadores de las ciencias del comportamiento se preguntan por qué indios, cholos, señoritos o agringados optan por uno de los platillos ofrecidos en el menú electoral. Las elecciones - rituales imprescindibles en la sagrada liturgia democrática - podrían servir como laboratorios para descubrir las motivaciones del voto y las actitudes políticas en general.

Lo cierto es que ningún candidato recibirá votos por su ideología, por su programa, por su carisma, por su talento ni por su belleza; y tampoco incidirán mucho las técnicas de mercadeo ni las mañas de saltimbanquis y milagreros, pues los ciudadanos que viven de su trabajo votan sin fe, al tuntún, o porque es obligatorio mojar el dedo meñique en tinta indeleble. Algunos votos obedecen al interés de acceder a la burocracia estatal o a otras consideraciones abdominales; pero, ¿qué otras razones pesan para votar rosado, verde, azul o amarillo?

¿Hay algún proceso mental, consciente, previo al acto de depositar la papeleta multicolor y multisigno en la urna? ¿O votamos de acuerdo a la tradición familiar, a los estilos de vida, a la economía personal, al estatus social, a las frustraciones y a los prejuicios? Si los resultados electorales reflejaran la lucha de clases --determinante fundamental de la historia en la teoría marxista-- Banzer y Goni nunca habrían sido presidentes.

Se habla también de una permanente guerra de caracteres, pues las sociedades humanas están formadas por personas con diversas constituciones caracterológicas y mantienen su unidad sólo por algunos mordientes: historia, tradiciones, leyes. Hay dos grandes tipos caracterológicos: individuos orientados al interior de sí mismos y otros orientados hacia fuera. Los conflictos entre estos grupos surgen por diversos motivos: desarrollo de las comunicaciones, migraciones humanas, permeabilidad de las clases sociales y otros procesos históricos. Los individuos del primer grupo son conservadores y muy conscientes de la opinión ajena, con una sensibilidad que no sólo afecta a su apariencia externa, sino a sus sentimientos, pensamientos y opiniones. No deben desentonar en el círculo social. Temerosos de contradecir una moral de grupo establecida, son incapaces de liberarse del yugo paterno o de una autoridad similar, así sea opresora y tiránica. La política les importa un pito y, cuando votan, hacen lo que ven hacer, o sea que se dejan arrastrar por la corriente más fuerte, porque su camisa, sus pantalones, sus zapatos, sus opiniones y actitudes políticas deben ser similares a las del entorno social inmediato.

La cuestión es mantenerse a la altura de todo el mundo --“keeping on with the joneses”, como dicen los gringos--; o ser como ese personaje de Tolstoi en “Ana Karenina”: no escogía sus opiniones y actitudes políticas, sino que éstas le entraban, cabalitas para su cabeza, como su sombrero de modelo impuesto por la moda, y cuyo liberalismo era como el cigarro que fumaba después de cenar para poner cortinas de humo entre su cerebro y la realidad. La primacía de este grupo habría dado el triunfo electoral a un dictador converso a la democracia y a un candidato más gringo que boliviano.

¿Y cómo explicar los votos por Evo? Si entiendo bien la novísima teoría de don Jaime Paz, habría más bien una guerra entre culitos de distinto color: rosados, blancos, morenos y negros. Si así fuera, Evo Morales tendría las de ganar en un país de culos más oscuros que claros.

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