SURAZO
Mi asombro surgió cuando comenzó la lectura pública de los resultados de las primeras mesas en cerrarse en mi circunscripción electoral.
Es que simplemente no lo podía creer.
Uno de los candidatos a la Asamblea Constituyente era ex ministro de la Corte Suprema de Justicia. Yo lo conocí cuando dictaba cátedra en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma Tomás Frías donde impresionaba por su incuestionable conocimiento de las leyes y la doctrina jurídica.
Su carácter era difícil pero la mayoría pasaba por alto el detalle cuando se rendía ante su sapiencia. Por eso fue que me alegré cuando supe que era candidato en mi circunscripción. “Es el mejor”, dije a quien quisiera escucharme y voté por él sin dudar.
Pero los resultados me pintaban otra cosa.
A medida que las mesas se cerraban y el recuento de votos se hacía público, el MAS tomaba ventaja. “¿Cómo puede ser?”, me preguntaba. El candidato del partido oficialista era un cooperativista minero cuyo nombre escuché por primera vez cuando comenzó la campaña electoral. Por mi condición de periodista, yo debería de haberlo escuchado mentar alguna vez pero la verdad es que mucha otra gente tampoco lo conocía.
Sin embargo, el detalle no contaba para nada. A la mayoría de la gente que fue a votar aquel domingo le importaba muy poco quiénes eran los candidatos. Fue a marcar en la casilla azul y punto.
Los resultados de la circunscripción 37 ameritaban un mínimo análisis de lo que estaba pasando en el país pero, al parecer, a nadie se le cruzó por la cabeza que aquello era un síntoma de la transformación del electorado boliviano.
Por mera lógica, el acto de votar es la consecuencia de un proceso reflexivo, así sea mínimo y de nanosegundos de duración. Cuando está frente a la papeleta electoral, el votante ya ha tomado una decisión, así sea de no marcar o pifiar su voto pero, para ello, tuvo que seguir un proceso mental previo, aunque instintivamente.
Empero, esa regla se ha roto en Bolivia.
En nuestro país existen electores —demasiados— que ya no pasan por ningún proceso previo para votar. Ellos saben que tienen que marcar en la casilla del MAS y eso es todo. El nombre del candidato, su pasado o sus atributos es algo irrelevante.
Este hecho se puede advertir en muchas de las candidaturas que fueron registradas para las elecciones de diciembre.
Salvo honrosas excepciones, el MAS labró una lista a sugerencia de sus denominados movimiento sociales y debatió muy poco sobre las personas de los incluidos. “¿Quién va aquí?”, preguntó el jefe del partido y presidente del Estado y los dirigentes se limitaron a decir “fulano”. En ocasiones hasta se equivocaron porque dieron nombres que no habían sido previamente acordados pero eso tampoco importa porque, al final, el partido oficialista ganará las elecciones y lo único que resta por saber es cómo estará distribuida la Asamblea Legislativa Plurinacional.
No niego que el sistema de discutir nombres en reuniones previas —llámese “asambleas”— tiene mucho de democrático pero, ¿dónde queda el criterio mínimo de elección?, ¿qué será de un país en el que muchos de sus votantes ya no seleccionan para elegir y se limitan a levantar la mano o marcar irreflexivamente una casilla?
Quizás la respuesta llegue con una Asamblea Legislativa Plurinacional que, lejos de ser la expresión de la práctica democrática boliviana, podría convertirse en la segunda parte de aquella Asamblea Constituyente que se estructuró de manera irreflexiva pero, aún así, acometió la tarea de cambiar la ley fundamental del país.
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