En el afán de crear una candidatura única o de unidad, particularmente el frente denominado Plan Progreso para Bolivia, ha jugado todas sus cartas para acceder al poder recurriendo a elementos simbólicos como la figura del ex prefecto de Pando, presentado como un luchador por la defensa de la legalidad desde la cárcel; pero fundamentalmente, mediante la realización de una serie de acuerdos indiscriminados en un variopinto panorama que involucra a líderes regionales, sectoriales y políticos diversos, desde ex dirigentes masistas como Adriana Gil, hasta representantes de la línea conservadora más dura, pasando por ex parlamentarios de otras tiendas políticas que ahora se unen a este frente. ¿Será que quienes accedan al parlamento por esta vía van a responder a alguna línea programática común, cuando lo que los une, por lo menos hasta ahora, no es ningún programa político sino simplemente la decisión de confrontar al Gobierno?
En democracia, el poder —u órgano— legislativo tiene las funciones específicas de elaborar leyes y fiscalizar; pero su función política es crear contrapesos a la gestión política del Ejecutivo mediante la generación de un espacio de deliberación y resolución institucional de las pugnas políticas, enmarcado en determinadas reglas de juego.
Desde la recuperación de la democracia, el Parlamento ha jugado un rol político intrascendente causado por la denominada democracia pactada. Si bien estos acuerdos y pactos políticos han garantizado gobernabilidad y estabilidad en la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo han opacado al parlamento convirtiéndolo en una simple caja de resonancia de las decisiones del Ejecutivo, excepto dos momentos políticos críticos en que el parlamento cumplió una labor políticamente opositora y obstructiva que derivó en la temprana renuncia o destitución de dos presidentes de la república: don Hernán Siles Zuazo y Carlos Mesa.
Durante estos últimos años, las condiciones para la oposición parlamentaria fueron cualitativamente distintas a las anteriores porque el actual presidente, dado su alto porcentaje de votación, prescindió de acuerdos para gobernar y enfrentó una oposición minoritaria, con escasa capacidad de influencia, sometida a presiones extraparlamentarias y restringida a ciertos escenarios de negociación con el oficialismo.
Lo que quiero decir es que, para la oposición política no solamente es importante acceder al Parlamento, tan importante como llegar a ocupar esos espacios, es ejercer cualitativamente el rol político de oposición parlamentaria. Los partidos ideales para ejercer oposición parlamentaria son aquellos institucionalizados, con cierta disciplina partidaria y cohesión interna, coherencia ideológica, que defiendan y respondan a la opción política por la que votó la ciudadanía; por ello, es una estrategia aventurada sino errada realizar acuerdos indiscriminados, porque éstos fomentan la presencia de intereses particulares y ejercicios políticos personalistas que terminan actuando de manera independiente, de tal forma que la supuesta línea opositora termina disgregada, incoherente, adhiriéndose a otras tendencias políticas por conveniencia personal, genera incertidumbre y poca capacidad de gestión política.
*María Tereza Zegada es socióloga.
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