Mientras redacto estas líneas, escucho el bullicio de los grupos de choque y la explosión de petardos que acompañan la presentación de listas de candidatos ante la Corte Nacional Electoral.
Estar alejado de semejante trajín permite revisar el pasado, valorar el presente y proyectar este nuevo ciclo.
El alejamiento de Tuto Quiroga de la pugna electoral contribuyó a disminuir la dispersión favorable al Gobierno y culminó un orden de acciones de oposición que pese a la porfía del incurable goni-mesismo vale la pena mencionar.
Estos apuntes también sirven para disipar la arremetida cerril de un senador disidente que justifica su permuta “incondicional” al oficialismo con citas bíblicas.
Durante cuatro años, atrincherados en una representación minoritaria (60 de 255 constituyentes, 13 de 27 senadores y 43 de 130 diputados) los integrantes de Podemos impidieron la destrucción definitiva del sistema democrático republicano que el MAS pretendía con el subterfugio de la “refundación”.
Con la defensa cerrada del mecanismo de reforma por dos tercios en la Constituyente, el referéndum de revocatoria de mandato y los acuerdos de octubre en el Congreso, se impidió la vigencia de la Constitución del MAS que pretendía reducir a Bolivia en un émulo andino del chavismo.
Los 147 artículos modificados al texto constitucional oficialista en medio del cerco masista son insuficientes para reivindicar el ideal de la Constitución de consenso que anhelaba nuestro país, pero constituyen un resguardo legal de los derechos esenciales del ciudadano frente a la propensión totalitaria del Gobierno.
Asumimos por innegable que esas reformas son insuficientes para un Presidente cuyo axioma político es “yo le meto nomás”. Para cambiar la mentalidad del Jefe de Estado se necesita algo más que una nueva Constitución.
A esta gestión de oposición democrática también le corresponde el logro del padrón biométrico, un avance tecnológico que si se aleja de la contaminación venezolana, puede constituirse en el hito más importante de modernización y transparencia democrática.
La huelga de hambre en Palacio Quemado ni las amenazas de cerco y Surco resquebrajaron la decisión de enterrar el padrón antiguo que permitió a los muertos votar y a los masistas multiplicarse.
Mucho más antes, en el Senado, Podemos corrigió los contratos petroleros y sus anexos sospechosos para preservar el interés nacional de las primeras trampas de la denominada “nacionalización”.
Aunque se pudo evitar el linchamiento político de una magistrada de la Corte Suprema, los esfuerzos no alcanzaron para preservar al Tribunal Constitucional defenestrado después de una arremetida de dinamitazos y guerra sucia contra el honor de sus integrantes.
La actitud tenaz y consecuente para denunciar públicamente lo que otros callaban por temor, permitió al ciudadano corroborar que la “nacionalización” fue el pretexto de la corrupción y que la “refundación” provocó más división.
Hoy, las voces contrarias al autoritarismo se han multiplicado. Ex prefectos y parlamentarios de varias tendencias han conformado varios frentes con la intención de derrotar al presidente Morales.
Las primarias de este nuevo escenario de disputa electoral muestran a un Gobierno astuto que pretende reconquistar a la decepcionada clase media. Doña Anita es la mejor carta para esa estratagema. El tiempo dirá si el engaño se impone a la razón.
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El autor es periodista y ex constituyente
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