lunes, 9 de noviembre de 2009

Los indecisos (Gonzalo Valenzuela Monroy)

Los indecisos son los que aspiran a que su voto sea un acto reflexivo, hecho a conciencia cumpliendo con absoluta libertad mental, moral, espiritual. En rigor de verdad son los únicos que eligen: los demás obedecen las órdenes del partido o de la consigna.

Según las estadísticas son muchos. Son tantos, que deciden el resultado de cualquier elección. Los candidatos lo saben. Saben que los sufragios de sus correligionarios no bastan o pueden no ser suficientes para ganar. Necesitan de esta gente; atraerlos, convencerlos. Pero no saben bien qué tienen que decir y qué hacer para que voten por ellos. Encima corren el peligro de que, si quieren quedar bien con sus partidarios y con los que no son, terminen por quedarse sin el pan ni la torta. Son la esperanza y a la vez la pesadilla de los candidatos, incluso del hoy gran favorito, Evo.

Los candidatos no escatiman esfuerzos para ganar esos votos. Confían en que los impresionarán con su “poder de convocatoria”, con actos proselitistas ruidosos, con plazas colmadas de multitudes vociferantes.

A ellos, a los indecisos, no se les mueve un pelo. ¿Qué les importa que fulano junte veinte mil de sus seguidores en la plaza del Estudiante, que mengano reúna a treinta mil de los suyos en la ex Terminal? ¿Qué demostración de méritos personales son esas concentraciones multitudinarias que, si algo prueban, son lo que ya sabíamos. ¿Y con eso qué?

Hubiera sido mejor que se ahorren tiempo, dinero y energías en propaganda estéril y en ceremonias inútiles y guardar lo ahorrado para cosas mejores.

Pero no hay que ser injustos: también exponen ideas, planes, proyectos, políticas. Es lo único que interesa de cuanto digan. Por supuesto que también sería bueno conocer algo más de su personalidad íntima, de su carácter, de eso que se denomina “forma de ser”. De ellos sólo nos llega la imagen pública, que para colmo, en estos últimos tiempos, está maquillada por los expertos del marketing y relaciones públicas. Hasta cuando simulan abrirnos las puertas de su vida familiar, los políticos hacen teatro.

En este contexto, es muy importante el debate, porque así se puede cotejarlos por las ideas, por sus grados de inteligencia, por los niveles de su cultura. Pero nada de discursos, nada de retórica, nada de frases hechas. La gente quiere escuchar hablar con espontaneidad, sin libreto y sobre temas bien concretos. Y, si es posible, en lenguaje llano.

Basta de fábulas, de mentiras piadosas, de populismos. Recuerden, señores candidatos, que la gente es capaz de votar a favor de quienes menos promesas hagan. Se ha vuelto tiluchi en oler la demagogia a la distancia. Pongan punto final a las declaraciones de nuestro “destino de grandeza”. Ningún pueblo está predestinado a nada: su destino es fruto de su obra. El único país que merecemos es el que nosotros construimos. La confianza no es una pólvora a la que se le enciende la mecha.

Hablen de la realidad tal cual es. De lo contrario vamos a sospechar que no la conocen. Y en ese caso, ¿cómo pretenden modificarla para que los bolivianos seamos un poco más felices? O si la conocen, pero la ocultan detrás de una utopía de la que ustedes tendrían la llave. Ese cuento de hadas no guiará la mano de los indecisos en el momento de votar.
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El autor es periodista

Fuente: El Deber

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