miércoles, 11 de noviembre de 2009

Andaban de parranda (Ramiro Prudencio Lizón)

El distinguido periodista Humberto Vacaflor ha publicado últimamente un artículo en La Razón donde se congratula porque se ha ampliado grandemente el número de electores para la próxima elección que se efectuará en diciembre próximo. Y, evidentemente, en sólo seis meses, desde que se llevaron a cabo los últimos comicios, los enrolados en el padrón electoral pasaron de 3,8 millones a más de cinco millones.

Ahora bien, mientras muchas personas como Vacaflor, felicitan a la Corte Nacional Electoral por su excelsa labor de haber empadronado en forma “científica” por medio del sistema biométrico a tan gran cantidad de ciudadanos, otras, más desconfiadas, me han comentado que es inexplicable lo sucedido. Ellas se preguntan: ¿dónde estaba ese millón doscientos mil ciudadanos que antes no se registraron? ¿Estaban muertos o andaban de parranda, como se dice en una canción popular?

Es menester tener presente que el pueblo boliviano siempre ha sido muy dado a la política y va a las urnas con pasión. Es muy difícil conocer a alguien que no haya votado anteriormente. Entonces, ¿cómo es posible que en sólo seis meses haya una elevación de más del 30% del electorado nacional?

Además, como menciona Vacaflor, “el incremento de inscritos en el nuevo padrón se dio solamente en los centros urbanos”. Da como ejemplo que en la ciudad de Santa Cruz, de 800.000 asentados anteriormente, ahora llegan a 1.150.000. ¡Es decir un aumento del 43%! Esto es increíble ya que en las ciudades vive precisamente la gente más politizada y con mayor conciencia cívica del país.

Esas personas desconfiadas consideran que un añadido tan grande de electores sólo se produciría mediante un milagro como el de la multiplicación de los panes por Cristo. O también sucedería en el caso de que el señor Antonio Costas como un nuevo flautista de Hamelin, hubiese tocado un instrumento mágico que haya despertado a una inmensa cantidad de gente que habría vivido atontada, como autómatas, o peor aún, como zombis, sin integrarse en el país y sin percatarse de que tenemos más de veinticinco años de democracia donde se han llevado a cabo muchísimas elecciones, y donde la gente participaba con vehemencia y gran entusiasmo.

Pero las mencionadas personas no creen precisamente en milagros, y por ende, consideran que la única forma en que se haya podido acrecentar en tal forma el padrón electoral, sólo puede deberse a que muchísima gente se ha inscrito dos o más veces. Y se tiene como antecedente la información dada por los canales de televisión de que se han repartido carnets de identidad como confites.

Los que se han registrado dos veces, lo habrían hecho en su pueblo y también en una zona urbana. Pero no votarían en ambos lugares. Sólo lo harían en las ciudades, porque confían que en su colectividad campesina, se llenarán las ánforas con el 100% de los sufragios. Se tiene como antecedente el hecho de que en la última elección hubo 300 mesas electorales en el campo con ese cien por ciento.

En consecuencia, la Corte Nacional Electoral tiene el deber de informar a la opinión pública sobre las causas que determinaron tan gran crecimiento del padrón electoral. Cabe mencionar que el pueblo boliviano confía en ella, cree que está efectuando una digna labor. Además, se considera que el biométrico podría servir para identificar a los que se han inscrito más de una vez. Pero las personas recelosas, que sospechan irregularidades, consideran que si hay unos mil registros dobles, la Corte los puede detectar. Pero si pasan del millón ya nada es posible.

En verdad, sería muy triste que en vez de ir mejorando nuestro sistema democrático, estemos yendo para atrás como el cangrejo, y retornemos a épocas pasadas cuando las elecciones se efectuaban con un gigantesco fraude, donde el candidato del gobierno obtenía más del ochenta por ciento de los votos electorales. Ya tenemos más de un cuarto de siglo de democracia, cuidémosla, no la echemos por la borda con fraudes escandalosos, lo que determinaría la conformación de un gobierno totalitario, el cual no sería respetado ni por la ciudadanía ni por la comunidad internacional.
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El autor es diplomático e historiador.
Fuente: La Razón

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