jueves, 12 de noviembre de 2009

La campaña de los puñetes y los palazos (Editorial de El Deber)

Desde la recuperación de la democracia, hace más de 25 años, no se tiene recuerdo de una campaña electoral tan pobre y, por si fuera poco, empañada por la violencia como la que actualmente discurre hacia la cita ciudadana con las urnas el próximo 6 de diciembre y cuando muchas cosas trascendentales estarán en juego para el país y su gente. Por si fuera poco, a la ausencia de propuestas claras y convincentes que deberían exponer los aspirantes en liza, se agrega el hecho de que el candidato-presidente que corre con bastante ventaja utilizando todos los medios habidos y por haber a su disposición, se niega rotundamente a debatir con sus oponentes a los que opta por descalificar o mirar por encima del hombro, aunque no disimula su nerviosismo al hacerlo de boca.

Pero indudablemente, lo peor de todo es el creciente empleo de la violencia que vaya a saberse en qué va a parar cuando esté cada vez más próxima la fecha de los comicios y se atiranten al máximo las tensiones. Las agresiones entre bandos oponentes se han vuelto una penosa constante y en la demostración más palmaria del clima polarizado y de confrontación que ha sido estimulado desde el propio Gobierno que con tal de perpetuarse en el poder, no parece importarle mucho que los bolivianos terminen rompiéndose la crisma o peor, borrándose del mapa.

Los enfrentamientos con una frecuencia y virulencia cada vez mayores se han producido y se siguen dando en diferentes regiones. Ni su condición ha librado a las mujeres de recibir agresiones. Incluso un niño resultó con una pierna fracturada durante una gresca desatada en Cochabamba. Hasta se ha registrado la denuncia de un caso de secuestro de un candidato a una circunscripción potosina que fue perseguido y privado de su libertad durante un par de horas.

Santa Cruz no ha sido la excepción como escenario de la violencia política y la mala nota la han dado ‘candidatos’ y ‘candidatas’ que dejan bastante que desear y que bien lejos están de dar la talla como representantes de una región que como ninguna otra de Bolivia y como nunca antes en su historia, está necesitada de lo mejor de sus recursos humanos y de sus aportes para reencauzar el rumbo que parece haber extraviado.

Los puñetazos y palazos han reemplazado de penosa manera al debate y a las propuestas que demanda la ciudadanía, de cara al crucial acto que ya está a la vuelta de la esquina. ¿Llegará la sangre al río? Es de esperar que la violencia y la irracionalidad no terminen desbordándose con las peores consecuencias.

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