viernes, 2 de octubre de 2009

Propaganda política (Waldo Peña Cazas)

TAL COMO LO VEO

A falta de fuerza bruta, la política ha sido siempre campo propicio para la bellaquería, la impostura y el chanchullo. En las campañas electorales de antaño había también un profuso intercambio de salivazos, bastonazos o balazos entre candidatos; pero con un límite forzoso a los excesos: la política era privilegio de petimetres obligados a mostrar un respeto aparente a sí mismos y a los rivales. Esas viejas usanzas han cambiado por muchos factores: la explosión demográfica, el afianzamiento de las ideas democráticas, el desarrollo de la educación popular y, sobre todo, el voto universal. Todo ello ha condicionado la lucha política a los modos de consumo psicológico vigentes en el mercado.

En Bolivia –antes de 1952-- ningún patán iletrado podía seducir a un electorado reducido, relativamente culto e inteligente. Las crónicas electorales previas a la “revolución nacional” evocan una época política casi romántica, con candidatos de porte caballeresco, henchidos de dignidad y con un discurso apuntado a la inteligencia superior y no a las bajas pasiones. Hoy, la cuestión es convencer a grandes masas a votar por Fulano, Mengano o Zutano igual que se la incita a optar por la Coca Cola, la Pepsi Cola o la Papaya Salvietti. En otras palabras, el discurso ideológico y el carisma personal han sido reemplazados por las técnicas de mercadeo, que usualmente se reducen a la propaganda, en el peor sentido de la palabra.

¿Por qué proceso mental se inclina el subconsciente colectivo hacia un líder? El Dr. Goebbels, gurú de la propaganda nazi, no creía en métodos, sino en una finalidad: la conquista de las masas. Para esto tenía una fórmula muy sencilla: mentir, pues estaba seguro de que un constante machaqueo convertía la mentira en verdad, así como la gota de agua horada la roca. Pero la mentira tiene patas cortas y el tiempo se encargó de poner las cosas en su lugar.

En democracia, los bombardeos publicitarios no tienen los mismos efectos que en dictadura, o por lo menos exigen técnicas distintas que, por lógica, deben ser también diferentes para oficialistas y para opositores, pues unos están a la defensiva y otros a la ofensiva. Pero partidos, asesores y candidatos ignoran estas sutilezas: moros y cristianos aplican la vieja receta del Dr. Goebbels, con el desparpajo y la torpeza de saltimbanquis callejeros, tratando de vender productos bien empaquetados y de mala calidad.

En general, la propaganda tiene el mismo objetivo que la educación: influir en la opinión y en la conducta; pero con grandes diferencias. La educación forma el criterio, y la propaganda induce a creer sin razonar, a hacer sin saber por qué, standardizado criterios, uniformando ideas y modos de concebir la realidad. No apela a la inteligencia, sino más bien la maniata mediante la sugestión para inducirnos a hacer cosas que no necesitamos o que no debemos hacer.

La propaganda se basa en el desprecio de la inteligencia del hombre, con la certeza de que es fácilmente manipulable, y sería inútil si todos fuéramos seres absolutamente racionales. Pocas personas tienen un control relativamente consciente de sus actos, y las masas pueden ser inducidas a creer cualquier cosa y a hacer cualquier barbaridad, pues los bombardeos persuasivos pueden orientarlas inclusive hacia el crimen, como hicieron los nazis en Europa con las técnicas de Goebbels.

Sin propaganda, ningún bribón recibiría votos, y los candidatos tendrían que imponerse por virtud y por méritos. Lo peor es que alguien tiene que pagar las costosas propagandas, y del mismo cuero salen las correas: del pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario