lunes, 28 de septiembre de 2009

Revolución: ruta ambigua (Franco Gamboa Rocabado)

¿Qué efectos genera una revolución y cómo se gesta? Analizando con cuidado las grandes revoluciones épicas, como la francesa (1789), rusa (1917), inglesa del siglo XVII, o la guerra civil en Estados Unidos (1861), el célebre sociólogo estadounidense Barrington Moore Jr. refresca nuestra comprensión de la actualidad cuando observa que no es posible hablar de “grandes transformaciones sin grandes traumas políticos”; asimismo, los caminos abiertos por las revoluciones históricas en Europa para el surgimiento del capitalismo, o un proceso de modernización acelerado, como aquel surgido en Rusia a partir de 1917, están totalmente cerrados. En su libro “Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia: el señor y el campesino en la formación del mundo moderno”, Moore afirma que la instauración del progreso moderno (el verdadero objetivo de las revoluciones) viene con un terrible costo humano.

El propósito es explicar tres caminos de ingreso a la modernidad: por medio de la democracia liberal, a través del fascismo y por la vía del comunismo. El costo de la modernidad, no necesariamente viene con una democracia tranquila y pacífica, sino con demasiada violencia. Durante las transiciones hacia la modernidad y los cambios sociales o económicos, la pregunta sobre los alcances de una revolución gira en torno a: ¿quiénes aguantan el peso de las reformas revolucionarias y quiénes pagan un precio más alto?

En los procesos revolucionarios, Moore muestra que hay siempre una brecha entre la promesa revolucionaria y el posterior desempeño inhumano en la realidad. Lo que se ofrece como una gloriosa transformación, normalmente termina en una tenebrosa estructura que posiciona a nuevas élites en el poder y genera mutaciones económicas, siempre y cuando el costo humano también tenga enormes sacrificios, que no siempre mejora la condición de los más pobres, sino todo lo contrario.

Los revolucionarios y reaccionarios (contrarios a la revolución) representan dos caras de la misma moneda: una dinámica del poder que se orienta algunas veces a la transformación, planteando los ideales de una sociedad mejor, o por medio del empuje histórico de procesos de modernización que cambian las estructuras de un tipo de sociedad tradicional para abrir las puertas del capitalismo industrial.

El capitalismo y el socialismo son sistemas donde están presentes fuertes tendencias destructivas: por un lado, en el modelo comunista, la represión es ejercida en contra de su propia población desde la dictadura de una oligarquía partidaria como la ejercida por el Partido Comunista; mientras que por otro lado existe el modelo liberal de sociedad, identificado también con la violencia de los regímenes fascistas de la Italia de Benito Mussolini o la Alemania de Adolfo Hitler; la represión liberal se manifiesta también “hacia afuera, hacia otros”, por medio de las relaciones internacionales imperialistas.

Las fronteras entre la dictadura y la democracia son, por lo tanto, movibles, porque fácilmente se puede pasar de una hacia otra. El despotismo y la dictadura pueden ser tendencias latentes y manifiestas en los procesos que se consideran “lineales y graduales” hacia la democracia. Toda revolución impone el orden del terror y muestra con crudeza los altos costos del sueño por una sociedad mejor; asimismo, las ambigüedades de la democracia como un proceso pacífico pueden desmoronarse hasta caer en el oprobio dictatorial. Las contradicciones caracterizan al manejo del poder y, en consecuencia, la tergiversación es el núcleo de toda oferta utópica, que es defendida durante una revolución.
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El autor es sociólogo político
franco.gamboa@gmail.com

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