sábado, 26 de septiembre de 2009

Casi una hazaña (Editorial de La Prensa)

Los incrédulos de ayer ahora se muestran demasiado optimistas y exigentes. El Presidente quiere que se registre a cinco millones de electores y eso sería obligar al OEP a hacer un milagro.


Una nueva aspiración: 3,8 millones de votantes. Es la que pretende el Órgano Electoral Plurinacional (OEP) —si es que hay tantos electores todavía no inscritos— luego de haber realizado casi una hazaña al sobrepasar el cálculo inicial de inscritos antes del tiempo previsto para el cierre de los registros. Ésta es una demostración de eficiencia que muchos, pero especialmente el oficialismo, apoyado por un senador opositor incrédulo, pusieron en seria duda al iniciarse el proceso.

Fue tal la desconfianza que el Presidente de ese órgano electoral dimitió, probablemente para no comprometerse, porque no creyó, con la categórica afirmación de Antonio Costas, entonces segundo en esa entidad, quien aseguraba que en el poco tiempo que restaba para las elecciones, trabajando con decisión y poniendo el mayor esfuerzo posible, se lograría empadronar a los 3,5 millones de bolivianos que votaron en enero en el referéndum sobre la Constitución Política del Estado.

El oficialismo estaba seguro de que ante el fracaso del empadronamiento biométrico, debería aplicarse un padrón mixto, añadiendo al digital el padrón manual, ése que había generado tantas sólidas sospechas de fraude.

Costas asumió la presidencia del ente electoral y, con su gente, salió airoso del desafío. Cumplió con lo que parecía imposible y ahora va más allá para demostrar que tenía razón a pesar de los malos augurios.

Los incrédulos de ayer ahora se muestran demasiado optimistas y exigentes. Tanto así, que intentan cambiar las reglas de juego. El Presidente del país quiere que se registre a cinco millones de electores y eso sería obligar al OEP a hacer un milagro. Este organismo está para hacer los máximos esfuerzos, como los ha hecho hasta ahora. Puede incluso hacer hazañas, pero milagros… no.

Para garantizar la transparencia en las elecciones, el Gobierno debería hacer más bien que los sectores sociales que lo apoyan desistan de sus dictatoriales acuerdos comunitarios del voto consigna. No hay nada más autoritario que obligar a la gente, bajo amenazas de drásticos castigos, a votar por quien no quiere. Tendría que concienciar a la sociedad, especialmente rural, de que debe practicar la democracia que es el mayor sinónimo de libertad. Si no hay libertad, no hay democracia, y si no hay democracia, ¿de qué cambio en democracia se está hablando?

Democracia también es respetar el derecho de los adversarios a realizar sus campañas políticas donde quiera que vayan; es no impedirles entrar a determinadas poblaciones, sean rurales o urbanas; es no agredir ni emplear la violencia. No es cuestión de decir “somos demócratas” y actuar autoritariamente como en las mejores épocas de la dictadura cuando estaba prohibido disentir.

Las fuerzas del orden deberán también cumplir con su deber de garantizar el ejercicio de la democracia en todos los confines del

país, haciendo que los candidatos puedan hacer campaña sin riesgos en aquellos que se han convertido en feudos de ingreso prohibido.

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