En Cochabamba, unos muchachos que discuten sin parar sus ideas políticas en los cafés del Prado, huérfanos desde la muerte de Bánzer, preparan una agrupación para unirse al MAS. Tengo una expectativa casi morbosa sobre el resultado de este pragmatismo desbocado
El sector social más conservador del país recibió, con una sonrisa de satisfacción, la noticia de que Leopoldo Fernández había sido seleccionado como candidato a la vicepresidencia de Manfred Reyes Villa. Pensaron que era un hallazgo político, una suerte de pepa de oro, una inspiración capaz de volcar una votación visiblemente inclinada a priori hacia Evo. ¿Qué razones tenían para imaginar tanto, además de su ansiedad? Pues, que el señor Fernández encarnaba en sí mismo varios aspectos esenciales, a cuál más ventajoso para la candidatura: la denuncia sobre la violación de los derechos humanos en Pando y Bolivia, el pisoteo sucio de la investidura de prefecto electo, es decir: el irrespeto del gobierno al mandato del soberano, el atropellamiento del orden jurídico, la circulación por el mundo entero de la imagen de un candidato recluido en la cárcel estatal... Pero al cabo de unos pocos días, cuando todo ese alboroto se asentó, como sucede con el polvo del camino, es posible afirmar que el único logro objetivo es que esa ocurrencia despachó a Reyes Villa al extremo derecho, y sin retorno, del escenario político, al punto que se quedó sin juego de cintura, anulado para iniciar diálogo y seducción con el centro, y sin posibilidades de rascar más votos a su favor de lugar alguno.
Mientras esa candidatura tomaba esa riesgosa decisión, el MAS, con mucha más sapiencia, hizo un alto en el camino, reflexionó sobre la cierta necesidad de entablar diálogo con la clase media, escondió dentro un cajón el rostro más estigmatizado de su gestión, desandó un par de pasos y salió a capturar votos frescos, por aquí y por allá, a tal punto que espera coronarse ganador en lugares tradicionalmente indóciles a su presencia. Mientras para unos el caminó se angostó, para otros parece haberse abierto de manera casi definitiva.
Una tercera candidatura, quizás la más personal, no pudo lograr que su propuesta fuera el tema principal del debate electoral. La necesidad real de generar trabajo para todos los bolivianos, la urgencia de poner a Bolivia a trabajar en todos los aspectos, no fue, no es, pese a su legitimidad, el tema que los candidatos y electores vayan a discutir en las calles y en los medios. Samuel Doria, como casi siempre, corre el riesgo de pasar desapercibido. A propósito de su repetida experiencia, debe quedar en claro que casi nunca, en nuestra política, se discute lo verdaderamente importante, como trabajo, educación, salud, vivienda, seguridad ciudadana, política exterior, sino, lisa y llanamente, la toma del poder.
Está visto, entonces, que no toda idea es oro puro. Al mismo tiempo, que algunos errores claves no se pueden corregir, pues la ciudadanía forma una idea inmediata de los candidatos y se queda con ella hasta el momento de depositar su voto en la urna. La primera impresión es la que vale.
Pero existen otros errores que se pagan con el tiempo. Una frase de las más célebres de don Víctor Paz, decía: ‘Hay que barrer hacia adentro’. Como es fácil deducir, se refería a que en tiempos electorales lo que cuenta es el voto, y que había que sumar, y que poco importaba que ese voto a favor lo encajara una mano sucia o una mano limpia. El voto era el voto. Y es por eso que practicó, desde casi siempre, una estrategia de alianzas sin el menor sentimiento de culpabilidad. Pero el tiempo le demostró que eso no fue nunca correcto, porque si uno se alía con sus contrarios, con todo lo que detesta, debe entender que ese sentimiento es recíproco, que ellos también lo detestan a uno, y que es cuestión de tiempo para que un partido político se contamine y se gangrene. En su experiencia, el golpe de Estado del 64, ejecutado por su propio vicepresidente, le demostró que barrer la basura hacia adentro no es una gran idea, que se paga un alto precio por el tamaño de ese pragmatismo, y que se hiere sentimientos de quienes creen que toda mejora es posible.
En la coyuntura que vivimos, las noticias dan cuenta de que el MAS está barriendo hacia adentro. Toda esa bazofia que se divirtió ultrajando en Santa Cruz a los bolivianos andinos, los más pobres y olvidados de nuestro país, a tiempo que exhibían su físico de terror, estrecharon la mano de la dirigencia del partido de gobierno. No sólo ellos: en Tarija, un furibundo opositor a cambio alguno, un dirigente de escaso horizonte y visión, fue barrido también hacia adentro. El entusiasmo es tan grande por sumar votos a ultranza que ya no se averigua sobre el currículum vitae ni por el ridículum vidé, que es otra forma, quizás mucho más contundente, de significar lo que pienso y siento. En Cochabamba, unos muchachos que discuten sin parar sus ideas políticas en los cafés del Prado, huérfanos desde la muerte de Bánzer, preparan una agrupación para unirse al MAS. Tengo una expectativa casi morbosa sobre el resultado de este pragmatismo desbocado.
Por todo lo anotado, yo soy de los que piensan que no hay que perder nunca ni la línea ni el glamour. En la vida todo lo que es ético es también estético. Y por eso pienso que el MAS sólo debería abrir una puerta para que ingresen los nuevos, como todos los partidos políticos, y las mismas agrupaciones, y codearse en la mesa con gente que tiene sanas intenciones y suma, no resta, aunque sea de uno en uno, para que un día no se descubra contaminado y tomado por quienes piratean en la política. Después de todo, algunos analistas indican que todo boliviano ya tomó su decisión y que por ahora está simplemente precalentando para saltar a jugar el 6 de diciembre.
jueves, 19 de noviembre de 2009
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