domingo, 1 de noviembre de 2009

El diablo pregonando virtudes (Waldo Peña Cazas)

TAL COMO LO VEO


La carrera ha empezado y vemos caras de candidatos hasta en la sopa, con su consabido discurso: los privilegiados hablan de cambiar las estructuras, los ladrones de combatir la corrupción, los violentos de paz y orden y los separatistas de unidad. Todos, sin excepción, machacan con la cantinela de crear miles de nuevos empleos y atender con prioridad la educación y la salud. El diablo pregonando virtudes.

Es una típica campaña electoral: halagos a las pasiones de la plebe, promesas irresponsables, mentiras descaradas y protestas de honestidad, poniendo caras de angelitos. No son sólo lenguas irresponsables, viciosas, sino delictivas, porque defraudan el interés nacional, escarnecen las ilusiones colectivas y son la causa mayor de los males nacionales. Este delito se llama demagogia; pero, puesto que las leyes están hechas por los políticos, no está tipificado en las leyes nacionales ni sé de un solo país que sancione estas fechorías.

En Bolivia, los demagogos han aprobado algunas leyes relativas al sistema electoral, sólo para asegurar el monopolio partidista de la política: una ley contra el “transfugio”, y otra para esquilmar legalmente al fisco haciéndole pagar los gastos de la demagogia electoral. ¿Por qué no leyes que impidan incrementos abusivos de las dietas, que eliminen sucios fueros e inmunidades, que impidan la reelección de “representantes” profesionales, que permitan la participación política de ciudadanos independientes, que despoliticen el Poder Judicial, que obliguen a la investigación de fortunas?

¿Y qué tal una ley contra la demagogia? Las ofertas electorales implican no sólo un compromiso moral, sino una obligación social, y deben ser legalmente exigibles. Si un candidato ofrece rebajar impuestos, incrementar salarios o crear nuevos empleos, adquiere un compromiso con la figura de un contrato unilateral sujeto a término y condición y el incumplimiento debe ser tipificado como delito. Las sanciones no deben ser para los partidos, entidades abstractas, sino para los dueños del circo, los jefes, personas físicas y concretas. Ellos nombran funcionarios por pura potestad caciquil y son responsables directos de la corrupción, de obras mal ejecutadas, de malversaciones, de bellaquerías.

Algún freno habrá que poner a la falacia y a la impostura de hombres públicos sin moral ni convicciones, pues la lucha política no puede estar librada a la capacidad de engañar ni depender de la cantidad de saliva de los contendientes. Vemos la demagogia sólo como un vicio, cuando es una estafa a la sociedad y debe estar sujeta a penas preestablecidas, con obligación de reparar daños y perjuicios. La política es un servicio público, no un modo de vida, y su práctica debe estar sujeta a normas de derecho, con ofertas electorales ofertas claras, precisas y factibles, sin vaguedades susceptibles de manipularse con argucias técnicas o estadísticas amañadas, como esa de crear 500.000 empleos o combatir la pobreza sin saber en que consiste ésta

Nos ofrecen menjunjes peores que los publicitados por milagreros y saltimbanquis en calles y plazuelas: basura o veneno primorosamente empaquetado, y nosotros compramos cualquier cosa. Les es fácil prometer porque nada les obliga a cumplir, y hacen todo lo contrario, porque la lucha política obliga a una desleal competencia, ajena a toda norma ética.

Si les creciera la nariz como a Pinocho, se clavarían de pico en el suelo y sus mentiras quedarían en evidencia. Pero ahí están, muy panchos, con narices respingadas, angelitos con alas y con halos.

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