En esto de oponerse a la economía estatizada, o por lo menos en hacerla quedar en ridículo, hay algunos países que han demorado más que otros. Es un ejercicio interesante que vale la pena repasar.
Los soviéticos, por ejemplo, demoraron setenta años para demostrar que por el camino del estatismo se llega directamente al desabastecimiento y a la derrota política.
Cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (plurinacional, como nosotros) quedó destruida, el estatismo había acabado con todo, incluso con el buen vodka.
Los cubanos, en cambio, lo hicieron mejor. Llegaron a demostrar en solamente cincuenta años que el estatismo es un desastre. A estas alturas la libreta de abastecimiento que tienen las familias ha sido anulada, porque el Estado socialista tiene que importarlo todo, desde las cebollas, de Estados Unidos.
Los bolivianos estamos perfeccionando, con el paso del tiempo, el método para demostrar que el estatismo no sirve. En la anterior etapa habíamos demorado solamente treinta años en ese propósito. La mejor prueba del desastre llegó cuando pudimos producir una libra de estaño a un costo de siete dólares para venderla a dos dólares. Eso fue en 1984, exactamente 32 años después de la gloriosa “revolución de abril” (de abril de 1952).
El resultado que se logra con estas demostraciones es que el pueblo queda convencido de que, realmente, el estatismo no sirve para nada. Y que es preciso acabar con las empresas estatales. Fueron los sindicatos mineros los que, en 1986, impusieron el cierre de las empresas mineras antieconómicas porque preferían recibir montos de retiro mayores a los que dicta la ley. Siempre recuerdo a mis amigos Simón Reyes y Filemón Escóbar tratando de salvar del cierre a algunas empresas, pero derrotados por la decisión de las bases que preferían recibir los retiros extraordinarios, y que la mina sea cerrada.
Eso había sido un récord. Lo que los soviéticos demostraron en setenta años y los cubanos en cincuenta, los bolivianos lo habíamos demostrado en solamente treinta años.
Pero ahora estamos dando el espectáculo único, extraordinario: demorar solamente cuatro años en llevar las empresas estatales al fracaso.
Desde enero de 2006 hasta ahora hemos sido capaces de mostrar que YPFB y Comibol no sirven para otra cosa que no sea producir escándalos.
Con el anterior presidente de YPFB en la cárcel después de haber cometido irregularidades que todavía no terminan de revelarse por completo, la empresa se ha convertido en el mejor motivo para que el país importe combustibles. Nunca, como ahora, habíamos gastado 530 millones de dólares por año en la importación de combustibles y lubricantes.
Comibol ha logrado también otro récord. Ha convertido a la empresa Huanuni en antieconómica en solamente dos años, lo que es una hazaña si se recuerda que ese mismo resultado fue logrado en treinta años durante la anterior época estatista.
Sin contar con el hecho de que la empresa estatal de la minería consiguió ahora hacer fracasar un proyecto antes de que comience a operar, como es el caso del Mutún.
¿Cuál es la fórmula para tener estos resultados? Una dosis de corrupción en un caldo de burocracia dentro de una olla llena de ingenuos, con la ayuda de medios que o no informan o miran para otro lado.
No falla nunca. Y el capitalismo, pues, agradecido.
domingo, 18 de octubre de 2009
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